Fundación de Conventos en América Latina Colonial
- Sammy Arroyo
- Oct 8, 2016
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I. Introducción
Para poder comprender como se llevó a cabo la evangelización en América durante la época colonial es imperativo estudiar las instituciones religiosas que se establecieron durante la época de la conquista. Dussel nos dice que “estructuralmente el Estado hispánico y lusitano necesitaban a los religiosos, los que, con una enorme religiosidad y sin costo alguno para el Estado, permitían que la hegemonía ideológica peninsular se ejerciera hasta la última comunidad indígena y de europeos.”[1] En otras palabras, no solamente era importante para la Iglesia el tener a líderes religiosos en cada uno de sus territorios para propagar el Evangelio, sino que para el Estado era de igual importancia el tener a personas que velaran por los intereses de la Corona en sus colonias.
En este trabajo monográfico estudiaremos la fundación de varias órdenes religiosas en América, con énfasis en la fundación de órdenes religiosas femeninas. Es importante entender cómo el Concilio de Trento influyó en la re-estructuración de los conventos en Europa y en América, por lo tanto hemos incluido una sección que trata sobre el tema. También, cómo parte del estudio, veremos cómo estas instituciones son controladas por el sistema patronal y el regalismo. En el Libro I de las Leyes de los Reynos de las Indias ya se nos habla de los mecanismos que el patronato utiliza para mantener bajo su control a los religiosos:
Ordenamos y mandamos a los virreyes, presidentes y oidores de nuestras audiencias reales y gobernadores de Indias, que por todos los medios posibles procuren saber continuamente los Religiosos que hay en sus distritos… Encargamos a los Provinciales de todas las Órdenes, que residen en las Indias, y a cada uno, que tengan siempre hecha lista de todos los Monasterios, lugares principales y sujetos que pertenecen a su Provincia y de todos los Religiosos que ellas tienen…[2]
En este trabajo se mostrarán varias de las dificultades que enfrentaron las monjas de los siglos 15 al 17 en la América colonial. Pero también veremos cómo muchas de estas mujeres que se unían a los conventos pertenecían a la clase culta, en especial la literaria de la época. Estas se dedicaron a la escritura, especialmente la poesía, donde expresaban su fervor religioso, su apreciación por personas reconocidas, y en muchos casos, sus frustraciones. Aunque no entraremos de lleno a revisar sus escritos, si mencionaremos un poema escrito por sor Leonor de Ovando como ejemplo de la producción literaria de las féminas en los conventos.
Las Órdenes Religiosas en América
Las órdenes religiosas, tanto en Hispanoamérica como en cualquier parte del mundo, constituyen una parte compleja de la historia y es por tanto, un área difícil de explicar y resumir en unas cuantas líneas. Como otras instituciones civiles que se establecieron en América, las órdenes religiosas que llegaron al continente provienen de las mismas órdenes religiosas ya existentes en Europa. Principalmente, hubo cuatro órdenes religiosas que se formaron en América, y estas más tarde se trasladaron a España.
Las órdenes que nacieron en América fueron “las de la Caridad de San Hipólito, la Betlemítica de varones y de mujeres y el Instituto de Terciarias Carmelitas Descalzas de Santa Teresa de Jesús.”[3] Desde el punto de vista canónico, estas instituciones se dividen entre Órdenes y Congregaciones, según el voto en la profesión. A esta distinción debemos de añadirle “los institutos clericales e institutos laicales, la de institutos exentos y no exentos, la de Órdenes monásticas, mendicantes y de clérigos regulares, y la de Órdenes de vida contemplativa, mixta o activa.”[4] Podemos caer en el error de pensar que todas las Órdenes religiosas cumplen con un mismo propósito, pero en realidad no es así. Cada Orden tenía características peculiares que le diferenciaban de las demás. Las Órdenes que se establecieron en América las podemos clasificar en misioneras, pastorales, asistenciales y monásticas. Veamos una breve descripción de estas Órdenes establecidas en este continente.
Las Órdenes misioneras en América son aquellas “cuyos miembros se dedicaron a la evangelización o conversión de indios al cristianismo.”[5] Esta labor se lograba por medio de la predicación, educación del indio, creación de instrumentos para la evangelización y otras estrategias para la conversión del indio. Las Órdenes misioneras estaban constituidas por un personal más capacitado académicamente que las otras Órdenes. Es por esto que vemos que sus actividades no se limitaban solamente a la actividad misionera. Borges nos dice:
Estas Órdenes supieron compatibilizar la evangelización o conversión de los indígenas americanos al cristianismo con otras tres actividades simultáneas: la atención a esos mismos indígenas ya cristianos mediante la administración de las doctrinas o parroquias de indios; el ejercicio del ministerio pastoral entre la población hispano-criolla en igual grado que las Órdenes pastorales, y la atención a enfermos, aunque en menor medida que las Órdenes asistenciales. Practicaron incluso la vida contemplativa a semejanza de los monjes y de la mayor parte de las Órdenes religiosas femeninas, pero compartiéndola con la vida activa o actividad exterior.[6]
Vemos que estas Órdenes no limitaron sus actividades, sino que buscaban la forma de estar activos en todos los aspectos de la evangelización del indio. Las Órdenes misioneras en América fueron las siguientes: Los franciscanos, los dominicos, los mercedarios, los agustinos y agustinos recolectos, los jesuitas y los capuchinos.
Las Órdenes pastorales eran compuestas por hombres, y estas no se dedicaban a la conversión del indio. Estas Órdenes se dedicaban “a la atención espiritual de la población ya cristiana bajo las diversas formas del ministerio pastoral, consistente sobre todo en la administración de los sacramentos y en la predicación popular, aunque a veces desempeñaron también una labor educacional.”[7]
Entre estas Órdenes estaban los Carmelitas calzados. “Estos fueron autorizados a trasladarse a América por el papa Adriano VI en 1522, pero la Corona española les prohibió el paso en fecha indeterminada anterior a 1584 y luego en 1586, 1588 y 1604.”[8] También estaba la Orden de los Carmelitas descalzos, y esta fue la Orden más numerosa de las pastorales en Hispanoamérica. Otras Órdenes pastorales en América fueron: Mínimos de San Francisco, Orden a la cual perteneció Fray Bernardo Boil, Oratorianos o filipenses, Padres del Salvador, Paúles, Siervos de María y los Trinitarios.
Las Órdenes que se dedicaban a cuidar de los enfermos son clasificadas como Órdenes asistenciales, pues estas se dedicaban a proveer este tipo de asistencia. Estas Órdenes también ayudaban a aquellos que estaban pasando por alguna necesidad física y económica. Borges nos dice que en su mayoría se dedicaban al cuidado de personas en hospitales. “De entre los cinco institutos religiosos dedicados al cuidado o asistencia de los enfermos, cuatro desarrollaron su labor en hospitales (Hermanos de la Caridad de San Hipólito, Hermanos de San Juan de Dios, betlemitas y canónigos regulares de San Antonio Abad), mientras que el quinto (los camilos) lo hizo fuera de las casas de salud.”
Las Órdenes monásticas eran aquellas que se dedicaban a la vida contemplativa, y estaban fuera de toda actividad misionera, pastoral y asistencial. Entre los años 1493 y 1824 se intentó por lo menos diez veces de fundar monasterios de monjes en América, pero en realidad solo llegó a haber “dos pequeños centros benedictinos, uno en Lima desde 1601 y otro en México desde 1602, ambos dependientes del monasterio español de Montserrat e imposibilitados, por prohibición oficial, para recibir novicios.”[9] Se atribuye esta carencia a la falta de carácter misional de estas Órdenes. También se argumenta el que la misma Corona de Castilla tenía una política anti-monástica. Tanto Felipe II en los años 1563 y 1576, como Felipe III en 1601, “prohibieron la fundación de monasterios, aunque el segundo toleró la fundación de los de Lima y México, por no ser partidarios del establecimiento en América de más Órdenes religiosas que las misioneras.”[10]
Estos son solo ejemplos de las actividades llevadas a cabo por estas Órdenes religiosas traídas a América durante la conquista. Para poder comprender mejor como estas instituciones funcionaron durante esta época, es importante el saber cómo la Iglesia reguló las mismas. EL Concilio de Trento fue un evento histórico que marcó la vida conventual tanto en Europa y en América.
El Concilio de Trento
Lo que se conoce hoy como la Reforma Protestante estaba comenzando a expandirse fuera de Alemania, sintiéndose tanto en Roma como en el resto de Europa. Pablo III (1534-1549), por medio de la Inquisición logró canalizar las ideas de la reforma. Este papa “nombró entre otros al cardenal Gasparo Contarini (1483-1542), alma de la reforma católica en Roma, y partidario del diálogo con los luteranos. Este pensaba que era necesario reformar la curia romana… las Órdenes mendicantes apoyaban este proceso.”[11]
El papa nombró a ocho personas para formar un comité que estudiase las reformas necesarias en la Iglesia Católica. “El Concilium de emendanda Ecclesia fue entregado en 1537. Con franqueza se indican muchos errores que se cometen, faltas a la justicia y excesos de la curia. El memorial permaneció secreto, pero después se hizo público, y fue conocido hasta en Alemania.”[12] Este informe fue visto por los conservadores como un ataque a la iglesia, y pensaban que el resultado sería una reducción en los ingresos de los líderes religiosos.
Pablo III entonces convoca a un concilio general, enviando nuncios a Alemania, Francia y España. Su deseo era hacer el concilio en Mantua, luego Turín, y hasta en Bolonia. “La bula Ad dominici gregis del 2 de junio de 1536 convocaba oficialmente al concilio a Mantua. Los estados europeos no estaban dispuestos a apoyar la idea; menos el emperador Carlos V que necesitaba la unidad para realizar su proyecto de imperio…”[13] El concilio fue pospuesto en dos ocasiones, y Carlos V propuso a Trento como lugar de reunión. Se fijó el día 15 de marzo de 1545 como el día de inicio del concilio. El concilio comenzó el 13 de diciembre, con tan sólo 4 arzobispos, 21 obispos, y 5 generales de órdenes religiosas. Este número aumentó según los años, hasta su culminación en 1563.
El papado y muchos teólogos deseaban definir asuntos dogmáticos durante el concilio para poder contrarrestar el protestantismo. Pero Carlos V y otros grupos buscaban que se reformaran las costumbres. “De hecho, el concilio de Trento, atacó las dos cuestiones paralelamente: por una parte el dogma (respecto al problema de la justificación, el pecado original, los libros bíblicos canónicos y los sacramentos), por otra, la reforma de las costumbres.”[14] Como podemos ver, los valores de la Iglesia, sociedad y la cultura estaban unidos el uno al otro durante esta época. El Concilio era más que un intento de mantener los ideales de la Iglesia Católica, sino que también era el mantener el orden social de la época.
Nos debemos preguntar cómo afectó el Concilio de Trento la formación de Órdenes religiosas en el continente Americano. Rossi de Fiori nos hace un resumen de este efecto cuando nos dice que primeramente el Concilio lleva a las Órdenes hacia “la necesidad de volver a la pureza de la regla en la que se hubiese profesado.”[15] También se establece una edad mínima para ser parte de una Orden, pasar por un tiempo de noviciado y un tiempo de reflexión.
Cada una de las mujeres que hacían sus votos, debían de “vivir en el claustro y plegarse a la vida comunitaria a la hora del rezo, en el refectorio y en el uso del hábito.”[16] Las Órdenes femeninas también debían de guardar “estricta observancia de la clausura, prohibición expresa de que ninguna religiosa abandone el claustro y de que ninguna persona entre en él.”[17] Si esto no era suficiente, también debían de “someterse al control de los capítulos de las órdenes, de la autoridad episcopal y al dictado de los visitadores por ella asignados, que habían de inspeccionar periódicamente los conventos.”[18]
Sobre la reforma tridentina y sus efectos sobre las Órdenes religiosas, Rossi de Fiori nos dice:
Debemos de entender, por un lado, que la reforma tridentina, en cuanto a la vida conventual, no fue estrictamente una reforma, sino un llamar a una vuelta a los orígenes. Los aspectos que señalamos como centrales en estas disposiciones estaban ya explícitamente establecidos en las reglas de las órdenes monásticas desde su creación; pero una progresiva relajación de las costumbres se había ido verificando ya desde los siglos XII y XIII. Es indudable que, a esta altura, existía un total o parcial desconocimiento por parte de los fundadores de los conventos de las características de las reglas que los debían regir.[19]
Las disposiciones del Concilio de Trento fueron entonces propagadas por todas las diócesis, incluyendo las del continente Americano. Era de suponer su inmediata implementación en las mismas, pero el problema estaba en que las realidades de las colonias Americanas no fueron consideradas en el Concilio. Por lo tanto, se buscó la forma de adaptar las mismas a la realidad Americana. En muchos casos esto se dio de forma natural, pero en otros casos hubo “duros enfrentamientos entre el convento, las autoridades eclesiásticas y las autoridades de Indias, a quienes se recurría en calidad de árbitros finales.”[20]
En América no existía el problema en cuanto al dogma, pues los movimientos reformadores no tenían la misma fuerza. Fue en Europa donde se tuvo que discutir fuertemente contra el movimiento Luterano. Pero si hubo conflictos con la implantación en el aspecto de autoridad y jurídico. Rossi de Fiori resume en dos los más importantes concernientes a los conventos:
Conflictos de poder y jurisdiccionales: entre eclesiásticos y autoridades civiles, generados en torno a las controvertidas prerrogativas del patronato real; entre el clero regular (Órdenes monásticas) y clero secular.
Conflictos sociales, derivados de la particular conformación de la sociedad colonial.[21]
Estos dos factores van a tener un impacto en los conventos donde los mismos van a ser implementados. Por ejemplo, al momento de ejercer el poder de patronato sobre el convento, se producía un conflicto ya que estos podían llegar a ser fundados por “autoridades o entidades civiles, familias acomodadas y de cierto rango social, o por los obispos o por las autoridades de alguna orden y hasta de fundación mixta.”[22] Por el otro lado, estaba el problema racial, ya que la sociedad establecida no permitía la mezcla de razas. Por lo tanto, “la presencia de mujeres aborígenes en América obligará a la creación de conventos para albergarlas.”[23] Vemos entonces que la Iglesia Católica en América va formando su propia personalidad gracias a su propia composición geográfica y demográfica.
El patronazgo en América, va a influenciar la vida de la iglesia en todos sus aspectos. “Detrás de cada iglesia, de cada convento, de cada hospital, de cada colegio, de cada obra de arte que los adorna, está un patrón.”[24] El patronazgo respondía a varios factores, pero primordialmente estaba para satisfacer “el orgullo del patrón, que así se señala socialmente y se perpetúa ligando su nombre y su estirpe a una obra perdurable…”[25] Fueron estos patrones los que proporcionaban los medios necesarios para la fundación de los conventos en América. En algunos casos, era el rey el patrón, pero también podían ser algunos comerciantes ricos de la ciudad que buscaban prestigio propio. Conocer el poder y la influencia del patronazgo es de suma importancia para entender cómo se fundaron los conventos en América, y también comprender los problemas a los que los mismos se enfrentaban.
La Fundación de Conventos Femeninos en América[26]
Para poder entender como los conventos en la América colonial fueron tomando forma, es importante analizar cómo estos penetran el continente. Luego de ese primer encuentro con algo que era nuevo para el Europeo, en esa época tumultuosa donde hubo violencia, conquista y exploración, llega el momento en el cual Europeo comienza a sentar las bases para establecerse en América. Pero, al principio de esta época de colonización y conquista, las mujeres no formaron parte integral de este proceso inicial. Al respecto, Rossi de Fiori nos dice lo siguiente:
La llegada de las mujeres a América estuvo, en general, condicionada al llamado del padre, del marido o a la posibilidad de casamiento, es decir que viene con bastantes restricciones. Desde un primer momento tendrán una carga de responsabilidades muy grande, ya sea en el hogar constituido o en el que van a constituir: el manejo de la casa, de la industria familiar, más el cuidado y la educación de los hijos están en sus manos, lo mismo que la transmisión de los valores religiosos, morales y éticos, y la cultura tradicional heredada de sus mayores, que constituyen la única base sólida en un mundo nuevo, precario y diferente. La enorme tarea por cumplir es la de recrear, con instrumentos distintos y desconocidos, el mundo europeo que acababan de dejar. Pero estas pioneras fueron más allá en la conservación de su mundo cotidiano de origen, porque lo integraron al ámbito americano en la convivencia con las nativas que ya estaban incorporadas al mundo de los conquistadores.[27]
Vemos que la mujer tenía la responsabilidad de replicar la cultura europea en América, pero la realidad Americana era una realidad distinta a la realidad europea. Aun así, tanto los que se dieron a la conquista política de América como los que se dieron a la tarea de conquista espiritual trajeron consigo sus ideas, estructuras, y prácticas para ser insertadas en lo que ellos conocían como “El Nuevo Mundo.” Rossi de Fiori nos dice que estas circunstancias “constituirán un factor de distorsión de ideas, instituciones y hasta costumbres cotidianas.”[28] Esto quiere decir que cuando la nueva sociedad comenzó a tomar forma, se produjeron unas características muy propias en estos nuevos territorios, aun cuando quienes las impulsaron fueron Europeos queriendo imitar la vida en Europa. “La religiosidad y la vida espiritual adquirirán tintes privativos, y en esa vertiente, la vida de las mujeres se asociarán una cultura y un arte distintivos, característicos de la vida novohispana.”[29]
La experiencia del Europeo en América les hace ver que tienen frente a ellos la oportunidad de crear una nueva realidad. La sociedad que se estaba formando se encuentra con unos problemas muy peculiares a los cuales tienen que encontrar solución. La iglesia tenía como meta el organizar una nueva sociedad alrededor de valores espirituales y religiosos. Para la Iglesia en América lo que importaba era la salvación del ser humano, y velar por los valores cristianos. Para poder lograr esto era necesario que hubiese “hombres y mujeres destinados y dedicados a la contemplación y a la oración, a modo de intercesores constantes para obtener los favores en una vida espiritual situada después de la muerte material.”[30] Es por esto que las grandes ciudades se llenan de templos y conventos donde se guardaban imágenes, reliquias y objetos sagrados que conectaran a la ciudad con lo espiritual.
Y es en este contexto que llegan los conventos a América. Y como otras instituciones traídas desde Europa a América, los conventos sufrirán “adaptaciones que a veces resultarán en mayor rigidez, otras en un suavizamiento y muchas veces, en una estructura nueva.”[31] Los conventos en la América colonial se diferenciaron de los conventos en Europa fue por su composición socio-racial. Bajo la nueva realidad de la conquista en América, muchas mujeres se encuentran en una posición difícil, y la creación de conventos podía ayudar a resolver este problema socio-racial. Sobre esto, Rossi de Fiori nos dice:
La mujer, sea la española que no tiene candidatos maridables en razón de su condición social; sea la mestiza, hija de conquistador e india; sea la india noble (las “indias caciques”); sean las huérfanas, resultado inevitable de las guerras de conquista, no tienen espacio en la sociedad. Para dar respuesta a esta problemática, las autoridades civiles y religiosas determinan la creación de conventos que permiten, por un lado, contenerlas adecuadamente, manteniéndolas alejadas del pecado; por otro lado, darles un sentido a su vida, poniéndolas al servicio de Dios y finalmente, sacarlas del mundo en donde constituyen una grave preocupación para los hombres.[32]
En una sociedad teocrática como la que se quería formar durante la época colonial, la mujer podía convertirse en una amenaza terrenal. Estas podían “transformarse en peligrosas agitadoras de pasiones, que trastoquen el orden impuesto por el dogma y la autoridad absoluta del altar y el trono. Sobre todo cuando esas mujeres no son esposas de alguien.”[33] Esta es una razón importante por la cual se trae esta institución femenina, para así poder someterles a la autoridad religiosa y así poder evitar posibles problemas.
Otro motivo para la creación de conventos en la América colonial era el prestigio que estos podían traer a las nuevas ciudades que eran fundadas en el continente. Esto es así ya que familias adineradas donaban parte de su dinero y de sus bienes para poder mantenerlos. Un ejemplo de esto lo es el “Convento Real de la Concepción de San Miguel el Grande, México, el cual es fundado en 1756 por los Condes del Canal, para que su hija Josefina Lina pudiera profesar.”[34] No todas eran ricas y conseguían el dinero de parte de sus familiares para entrar al convento, “sino que a veces recurrían a fondos procedentes de obras pías, acaso capellanías destinadas a doncellas pobres.”[35]
Otra forma en la que un convento daba mayor prestigio a una ciudad era porque estos “se dedicaban a veces a la enseñanza para niños y de oficios; vivían de limosnas, sobre todo de las dotes de las novicias, aunque también había donaciones de caridad para atender a niñas más pobres.”[36] Es por esta razón que los conventos existían en las ciudades grandes como las de México, Puebla, Oaxaca, entre otros. En muchos casos, las monjas habían sido destinadas desde niñas a ser monjas. En algunas familias que eran numerosas, era frecuente ver que a
los hombres se le emplearían en los negocios y dineros, así como en la milicia o la burocracia, otros eran dispuestos desde pequeños para convertirse en sacerdotes o frailes. En el caso de las mujeres, unas eran desposadas con buenos partidos que aseguraban el prestigio social, en tanto que alguna de ellas lo lograría del modo considerado como el más eficaz y extraordinario: uniéndose con Dios.[37]
Hasta este punto hemos visto las razones por las cuales se fundaron estas instituciones femeninas en América. Razones que van desde el temor a lo que estas pudiesen hacer si no eran controladas, hasta el prestigio que las mismas podían traer a una ciudad y a su aportación a la vida social y económica. Pero estos centros también se convirtieron en lugares importantes de interacción cultural, en especial la producción de literatura.
Impacto cultural del convento
En este mundo formado por mujeres religiosas, las mismas no solo se ocupaban de la oración y las obras de caridad, sino que también en los conventos se practicaba “la lectura, la escritura, la caligrafía, la música y el canto, los bordados y textiles, la herbolaria y la gastronomía.”[38] Los conventos eran centros donde la cultura se desarrollaba a cabalidad, en especial en el desarrollo literario. Pero debemos de preguntarnos, ¿por qué una monja se dedica a escribir? ¿Hacia quién van dirigidas sus palabras? ¿Cuál es la fuente de su inspiración?
Primeramente veremos que la literatura para las monjas es una de “las formas que ella tiene de expresar su interioridad, una vía de escape mental que se permite a sí misma.”[39] De la misma manera que algunas monjas tenían como vía de escape el bordar, la música y hasta la cocina, algunas monjas se dedicaban a la escritura para así poder escapar de la rigurosidad de vivir en el claustro. Pero no solamente era un escape del trabajo diario, sino que también era “un placer, una manera de gozo, una forma de felicidad interior.”[40]
El pertenecer a un convento significaba para cada una de ellas la oportunidad de obtener una educación que fuera del mismo le sería negado a la mujer en la época colonial. Las monjas, para poder practicar sus devociones diarias, debían de tener un conocimiento de la gramática y de la lectura, en algunas ocasiones esto era un pre-requisito para poder ser aceptada como parte del convento. También les era necesario conocer de forma rudimentaria las matemáticas para así poder dedicarse a la administración del convento. De hecho, “en algunos conventos se le exigía a las novicias el saber leer y escribir, cierto dominio del latín, música y canto, aparte de otros oficios manuales como cocina, repostería, bordado y costura.”[41] Estas exigencias de la vida conventual significaban oportunidades educativas que bajo otras circunstancias les serían negadas.
Otra razón por la cual algunas monjas se dedicaron a la escritura es para así poder expresar sus sentimientos religiosos, “sus experiencias, el deseo de alabar a Dios o a sus santos preferidos o patronos del convento, que aunque sea una finalidad religiosa que no alcanza la rigidez de la escritura doctrinal, tiene importantes componentes subjetivos y esto mismo determina una gran variedad de enfoques e interpretaciones, algunas sumamente arriesgadas.”[42] En otras palabras, las monjas escribían sus puntos de vista en cuanto a la religión, expresando sus opiniones que por otros medios se les era negado.
Cabe preguntarnos ¿qué es lo que escriben las monjas en la época colonial? Las monjas en la América colonial escribían especialmente “poesía; el teatro se da casi exclusivamente en Sor Juana Inés de la Cruz, y la prosa se centró en vidas, autobiografías o relatos de experiencias místicas.”[43] A esta libertad literaria también se le añaden las exigencias de los superiores de las mismas, quienes le exigían a la monja escritora “que pusiera la poesía al servicio de la iglesia, alabando y glorificando a Dios, a los santos patronos, a la Virgen y, más terrenalmente, a las autoridades religiosas y especialmente a las civiles en la persona de las esposas o hijas de funcionarios importantes de la corona.”[44] Por lo tanto, podemos ver en las poesías escritas por estas mujeres temas que van desde lo religioso y lo místico, hasta sucesos de la vida cotidiana y mundano. Por lo general cada convento tenía el apoyo financiero de algún patrón, a quien en muchos casos se le dedicaban versos para exaltarlo, o en forma de agradecimiento.
Un problema importante con el que nos encontramos es el de demostrar o confirmar la autoría de ciertas obras literarias. Muchas monjas deciden escribir de forma anónima, mientras que otras escriben bajo pseudónimos, o sus compañeras firman las obras por ellas. En algunos casos los escritos son firmados por sus confesores o consejeros espirituales. Esto crea, en muchos casos, una gran dificultad en definir con seguridad quien es la autora de la obra. Sobre esto, Rossi de Fiori nos dice:
Desde su ingreso al convento la postulante deja atrás su vida civil con todo lo que eso significa. Al traspasar la puerta reglar ha dejado también atrás su nombre propio para recibir el que ha elegido o el que le han señalado como conveniente para su nuevo estado. La monja entra de esta manera en un anonimato inicial porque se despoja de su filiación. A medida que el tiempo transcurre perdemos su rastro y llega hasta nosotros el nombre de una religiosa imposible de identificar en su auténtico ámbito familiar.[45]
En cuanto a muchas de las obras escritas por monjas en la época colonial, se puede decir que corrieron la misma suerte que sus autoras, pues muchas “se han perdido, permanecen ignoradas en distintos reservorios… han sido destruidos por circunstancias externas – terremotos, incendios, etc.”[46] A esto le debemos añadir el hecho de que en muchas ocasiones las autoridades eclesiásticas ejercían presión para impedir que las mujeres se manifestaran de forma literaria.
Fue a Sor Leonor de Ovando a quien le correspondió abrir el camino para la producción literaria, ya que es la más antigua de las escritoras en la América colonial que se conoce. Nacida alrededor del año 1548 y muerta alrededor, se le conoce solamente 5 sonetos y una serie de Versos Sueltos.[47] Vemos en sus sonetos conocimientos de la teología Trinitaria clásica. En el soneto conocido como El Buen Pastor dice así:
El Buen Pastor Domingo, pregonero
De nuestro bien y gloria rescibido,
Aquesta vuestr sierva le ha tenido
En más que a muy ilustre caballero
Sé que lo hizo Dios para tercero
Del abreviado plazo y bien cumplido
Que el cuerpo y alma estuvo dividido
Del manso y diviníssimo cordero.
El salto y zapateta fue bien dado,
pues con la mesma espada de Golías
nuestro David le corta la cabeza:
Domingo desto está regocijado,
Y hazte deste bien las alegrías
Mas yo me llevaré la mejor pieza. [sic][48]
¿Qué nos dice su obra sobre la vida de sor Leonor de Ovando, y posiblemente sobre la vida de otras monjas cómo ella? Sus obras nos hablan del conflicto de luchas entre sus dos vocaciones, la religiosa y la cultural. No les fue fácil “la tarea de conciliar en un mismo plano las acciones de mujer consagrada a Dios y de mujer intelectual consagrada a la creación poética.”[49] Para muchas ambas vocaciones se volvieron algo incompatible e imposible de integrar la una a la otra. Esto obligó a muchas a dejar la literatura para solamente dedicarse a la vocación religiosa.
Conclusión
Como podemos ver, la llegada de las Órdenes religiosas a América cumplía con el deseo tanto político como religioso de replicar el modo de vida Europeo durante la época. Pero el nuevo territorio Americano llevó tanto a los evangelizadores como a los conquistadores políticos a evaluar cómo implantarían la cultura Europea en América. Aun con las reformas realizadas en el Concilio de Trento, y el intento de implementar las mismas en América, muchas de estas no funcionaron en los territorios y las mismas debieron ser modificadas para ser compatibles con la experiencia colonial. Las Órdenes religiosas fueron instrumentos claves, no solo en la implantación de las leyes y los valores culturales que traían desde Europa, sino también en la adaptación de esa misma cultura en la experiencia Americana.
Aun cuando la mujer no figuraba en los planes iniciales de conquista y evangelización, fue imposible el continuar con la tarea sin la colaboración de las mismas. Muchas llegaron como esposas, hijas y/o futuras esposas que acompañaban a los conquistadores. De ahí nace la necesidad de fundar conventos que atiendan las necesidades de muchas de estas mujeres. En muchos casos, los conventos fueron fundados con el fin de mantener bajo control a la mujer, para que no lleven a pecar al hombre. Pero para muchas de estas mujeres, el convento se convirtió en una oportunidad de educación, y una puerta para contribuir a la sociedad con sus talentos, tantos manuales como intelectuales.
Parte de su contribución lo fue en la literatura. Muchas de estas mujeres expresaban sus ideas, sentimientos y frustraciones a través de la escritura. Aun cuando en muchos casos estos medios de expresión fueron reprimidos, y en otros manipulados, tenemos de parte de estas mujeres una gran contribución cultural de la cual nos queda mucho por conocer y estudiar.
Notas
[1] Enrique D. Dussel, Historia General de la Iglesia en América Latina, Tomo I (Salamanca, España: Ediciones Sígueme, S.A., 1983), 537.
[2] Según citado por Dussel, 538.
[3] Pedro Borges, Historia General de la Iglesia en Hispanoamérica y Filipinas: Siglos XV-XIX, Vol. I (Madrid, España: B.A.C., 1992), 209.
[4] Ibid., 210.
[5] Ibid.
[6] Ibid., 212.
[7] Ibid., 210.
[8] Ibid., 226.
[9] Ibid., 229.
[10] Ibid.
[11] Dussel, Historia General, 372.
[12] Ibid., 372-373.
[13] Ibid., 373.
[14] Ibid.
[15] Rossi de Fiori, et al. La Palabra Oculta. Monjas escritoras en la Hispanoamérica colonial (Salta, Argentina: Editorial Biblioteca de Textos Universitarios, 2008), 26.
[16] Ibid.
[17] Ibid., 27.
[18] Ibid.
[19] Ibid. Según de Fiori, la vida conventual en Europa era regida por la regula mixta, en otras palabras, la vida en los conventos se adaptaba con mucha libertad a las normas y estatutos que más le convinieran de entre las reglas que se conociesen en ese entonces.
[20] Ibid., 28.
[21] Ibid., 29.
[22] Ibid.
[23] Ibid.
[24] Monjas Coronadas: Vida conventual femenina en Hispanoamérica (México, D.F.: Instituto Nacional de Antropología e Historia, 2003), 27.
[25] Ibid.
[26] Para un estudio de la vida religiosa y reclusión femenina en América, España y Portugal durante los siglos 15 al 19 ver Isabel Viforcos Marinas y Rosalva Loreto López, Historias Compartidas: Religiosidad y Reclusión Femenina en España, Portugal y América. Siglos XV-XIX. (España: Universidad de León, 2007).
[27] Rossi de Fiori, La Palabra Oculta, 229.
[28] Rossi de Fiori, El hábito y la palabra. Escritura de Monjas Hispanoamericanas en el Período Colonial (Salta, Argentina: Editorial Biblioteca de Textos Universitarios, 2001), 20.
[29] Monjas Coronadas, 36.
[30] Ibid.
[31] Rossi de Fiori, El hábito y la Palabra, 21.
[32] Ibid., 21.
[33] Monjas Coronadas, 36.
[34] Rossi de Fiori, El hábito y la Palabra, 22.
[35] Monjas Coronadas, 39.
[36]Ibid., 27.
[37] Ibid., 41.
[38] Ibid., 39.
[39] Rossi de Fiori, El Hábito y la Palabra, 51.
[40] Ibid., 52.
[41] Ibid., 53.
[42] Ibid., 54.
[43] Ibid., 73.
[44]Ibid.
[45] Ibid., 76.
[46] Rossi de Fiori, La Palabra Oculta, 236.
[47] Ibid., 239.
[48] Ibid. En este libro podemos encontrar obras escritas por otras monjas escritoras de la época colonial y cortas biografías. Ejemplo de estas lo son Isabel de Flores y Olivia (1586-1617), Úrsula Suárez y Escobar (1666-1749) y Sor Tadea García de la Huerta (1755-1824) entre otras. 331-332.
[49] Ibid., 239.
Bibliografía
Borges, Pedro. Historia General de la Iglesia en Hispanoamérica y Filipinas: Siglos XV-XIX, Vol. I. Madrid, España: B.A.C., 1992.
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